En Argentina, el 8 de marzo de 2018 hizo que el Día de la Mujer cobrará un nuevo sentido: se convirtió en un día de lucha, de salir a las calles para pedir por nuestros derechos que, continuamente, se ven vulnerados por el maldito patriarcado.
Pero todo comenzó el 19 de marzo de 1911, cuando se celebró el primer Día Internacional de la Mujer. En Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza, una marcha de más de un millón de personas reclamó el derecho al voto y a ocupar cargos públicos, trabajo digno, formación profesional y no discriminación laboral.
Menos de una semana después, el 25 de marzo, más de 140 jóvenes trabajadoras murieron en el trágico incendio de la fábrica Triangle, en la ciudad de Nueva York; este suceso tuvo grandes repercusiones porque expuso las pésimas condiciones laborales que debían afrontar las mujeres.
Ciento y seis años después, el Día de la Mujer dio lugar al primer Paro Internacional de Mujeres con el fin de visibilizar la violencia machista en todas sus formas y expresiones.
Me acuerdo que, en nuestro país, la primera gran marcha de mujeres se dio en 2015, con el “Ni Una Menos”, un grito desagarrado que se alzó contra la ola de femicidios. En ese momento, me impactó tanto ver mujeres -de distintas edades, clases sociales e ideologías- movilizándose juntas con decisión y convicción que, instantáneamente, decidí comprometerme con la causa.
Lo que pasaba no debía quedar trunco sino que había que redoblar la apuesta y marchar por y para todas: las que no tienen voz, las que ya no están y las que vendrán.
Como colectivo de mujeres, no sólo pedimos que dejen de matarnos sino que dejen de decidir sobre nuestros cuerpos, que haya igualdad de género y que el machismo termine de una vez y por el bien de todos.
Particularmente, este año el eje rector de la movilización fue el aborto legal, seguro y gratuito, un tema del cual se viene hablando hace semanas y que, sorpresivamente, quedó instalado en los medios masivos de comunicación.
Fue luego de que el Presidente de la Nación, Mauricio Macri, diera luz verde a Cambiemos para debatir la despenalización en el Congreso. A partir de ello, legisladores de diversas fuerzas, en su mayoría hombres, comenzaron a pronunciarse públicamente al respecto y adelantaron cuál sería su postura a la hora de votar: “Yo opino…”, “Yo estoy…”, “Yo creo…”, “Para mí…”.
En medio de muchas perspectivas signadas por el ego, los prejuicios y las creencias religiosas, fue el ministro de Salud de la Nación, Rodolfo Rubinstein, quién, con mucha sensibilidad y coherencia, sentenció: “Soy el ministro de Salud, no importa lo que yo piense”.
Me pareció tan certera su declaración y un ejemplo a seguir para muchos de los funcionarios que hoy tienen un lugar de poder; los políticos deben correrse de su recorrido personal y pensar como lo que son: los representantes del pueblo argentino.
Debemos terminar de una vez con el esquema en el cual el Estado -patriarcal- decide sobre lo que puede y no puede hacer la mujer, ya que cada ser humano es responsable de su propia vida y de su propio cuerpo.
Sobre todo, hay que desterrar la idea de que la despenalización del aborto obliga a que todas las mujeres lo practiquen ya que permitiría elegir sin clandestinidad ni criminalización.
“Está demostrado que en los países donde el aborto es legal la cifra de abortos que se hacen no es mayor que la de los países donde es ilegal, es decir, no aumentan por ser legales”, afirmó Rubinstein, quién sostuvo que en las naciones donde se despenalizó, se redujo “drásticamente” la mortalidad materna.
En Argentina aún carecemos de cifras oficiales que reflejen la cantidad de abortos que se realizan por año pero diversos estudios estiman que son alrededor de 500 mil, además de representar la principal causa de mortalidad materna.
Por ese motivo, es de suma importancia que, este año en el Congreso, se trate con responsabilidad y conciencia social el proyecto de ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo presentado por la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito.
Por otro lado, según el Observatorio de Femicidios de la Defensoría del Pueblo de la Nación, en 2017 se registraron 292 asesinatos de mujeres, mayoritariamente a manos de la pareja o ex pareja. En otras palabras, una mujer fue asesinada cada 30 horas en la Argentina.
Entonces, ya sea por abortos clandestinos o femicidios, mueren cientos de mujeres y el Estado no puede hacer la vista gorda.
Tampoco nosotras podemos quedarnos de brazos cruzados sino debemos materializar la sororidad: reconocernos como seres empoderados para hacerle frente a la violencia y la opresión del sistema patriarcal, JUNTAS.
El jueves pasado, mientras marchaba con mi hermana, mis amigas y miles de desconocidas, me sentí sumamente conmovida y orgullosa de ser parte de la historia, que se desenvolvía en vivo y en directo. ¿Será que sintieron esta emoción las trabajadoras de Triangle? ¿O las mujeres que lucharon por el voto femenino en Argentina y el mundo?
Juntas somos más; juntas no necesitamos de nadie para hacernos valer y reclamar lo que nos corresponde; juntas somos poderosas. Ahora y siempre: “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar y aborto legal para no morir.”