En la atroz dinámica de una violación en grupo, resulta evidente que la mujer es objeto del desprecio del grupal, que la transforma en un material descartable desprovisto de todo atributo de persona. Un objeto que no siente, no sufre y cuya vida no queda marcada por el horror vivido. La misoginia y el machismo es el rasgo cultural que motoriza la agresión.
La mujer, esa víctima a la que odian pero al mismo tiempo temen, es abordada por “la manada”, los machos agresores se sienten superiores en manada y desde esa superioridad buscan aterrorizar, dominar y someter a la mujer. No predomina lo sexual sino la agresión y la dominación.
El sentido de moralidad se disuelve en el grupo, ese grupo que disuelve al individuo en una amalgama difusa portadora de una identidad superior. Esa creencia de supremacía refuerza otra creencia, la de la impunidad y es por eso que las violaciones grupales son más brutales aún que las individuales.
Hablamos de una violación grupal y pensamos en sanción, sin embargo no reflexionamos sobre prevención. No nos replanteamos la tarea fundamental de la educación en valores desde la infancia como prevención de la formación de un agresor sexual. Nada reflexionamos acerca de la educación en la empatía, en la vida como valor, en la consideración ni en el respeto hacia el otro ni en la compasión.
Es imperativo reconquistar la educación en valores con principios éticos y morales, así como revalorizar la palabra y el diálogo como exigencia existencial del hombre que a través de él reflexiona y humaniza al mundo, transformándolo. El ser, tal como afirma Heidegger, se muestra a través de la palabra. Los seres humanos no se hacen en el silencio sino en el diálogo. Y es en esa palabra dialógica que el ser humano gana sentido, significación y trascendencia para así accionar en una construcción de proyecto existencial.
En una sociedad de valores derruídos, de precariedad en la palabra y ausencia de diálogo, de niños cada vez más solos y solo conectados a través de tecnología deshumanizada, la dignidad humana está sin dudas amenazada.
Siendo la vida en sociedad el mayor aprendizaje para que los individuos adquieran conciencia de su ser, cuanto desamparo educativo hay en aquellos que carentes de ética y valores, atentan contra las normas de una sociedad en la deberían aprender a convivir para devenir en sujetos de bien capaces del despliegue de un proyecto de vida trascendente.
¿Qué individuos estamos educando?
¿Qué educación en valores estamos brindando a nuestros hijos?
¿Qué sociedad estamos construyendo?
Tal vez, es tiempo de darse cuenta, que si no educamos a las nuevas generaciones en la recuperación del yo-tú y del nosotros, jamás podrán devenir en seres sociales capaces de ser con los otros. Solo proliferará la manada desenfrenada, regida por algún líder psicopático a quien los otros obedecerán ciegamente, siendo capaces de crear dolor a una mujer o a un animal de la manera mas cruel, feroz, inhumana y bestial.
En tiempos de vacío existencial, la agresión sexual en manada, es la expresión más arbitraria y brutal del machismo, la misoginia, el desenfreno y la ruindad moral.
** Clr. Analia Forti
Consultora Psicológica
Operador en Psicóloga Social
Operadora Familiar
Directora del Instituto Argentino de Counseling Familiar